Nada más pasar el zaguán de la antigüa casa de mi abuela había dos hermosos sillones tapizados por ella misma, me confesó una vez, y entre éstos una mesita velador algo coja. Detrás de dicha mesa había una estantería baja. La mesa pasaba muy desapercibida por todo lo que le rodeaba y por su color oscuro que tampoco ayudaba a ganar protagonismo. Pues esa mesa quise quedármela por su forma y sobre todo por su graciosa cojera, por los tantísimos comentarios que se ganó por ello. Al fin y al cabo lo encantador no es el objeto en sí, sino los recuerdos que te traen a la memoria el susodicho objeto.
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